Los Soviéticos
Del interior del hierro y de la saludable
entraña de los árboles
nacieron.
Con ellos vino al mundo la verdadera noción del alba,
y las palabras de amor, sabias y antiguas,
se alzaron como trigos de esbelta poesía.
De la mina y el río, vinieron;
del libro, del pensamiento, vinieron ellos.
Lenin les dio el sentido y la estrategia.
Canciones de bravía naturaleza arribaron también, y, repito, fue el alba.
Las ciudades nacieron, los valles y los lagos,
los mares, los canales y oleoductos
se llenaron de un ansia presentida;
en los ojos tenían aquellos hombres una luz de dominio.
Y dominaron.
Pues con el alba toda,
con el torno, el tractor y las espigas,
el trabajo tenía un fresco sentimiento de triunfo.
Y triunfaron.
Del Báltico al Pacífico, un rumor,
una llama, una virtud nacía:
y hubo estatuas y ejércitos.
Y hubo también un hombre
(ningún hombre en el mundo trabaja más que él),
un hombre de ardoroso metal,
un hombre de sobrehumana calidad,
un soviético: Stalin.
Heredero, como las regiones eléctricas,
como las minas de carbón y los mantos de aceite,
de la visión profética de Lenin.
¿Qué perfil es el suyo, que a los hombres,
sus hombres, y que a nosotros,
plantas de limpia altiplanicie, seduce?
¿Y cómo es su palabra, su palabra soviética?
Pues no le oímos, no le vemos, no le tocamos
con emocionadas manos, y respeto y ternura;
sus ojos donde la inteligencia es flor
no nos miran, sonrientes,
ni podemos tocar, besar
sus prodigiosas canas de padre universal.
Pero está aquí, como Lenin, presente.
¿No se siente el estilo,
no se percibe, allí, mi camarada,
su aliento y su consigna?
Su nombre, su tañido genial,
está en el interior del corazón;
y en el aire,
en las alas del águila;
y en la tierra,
en los laureles jóvenes;
y en el agua,
en el golpe viril de los remeros.
En todas partes, sí,
con el oleaje y la proclama,
con el fusilamiento en Europa
y el puente volado por los saboteadores antinazis,
con los guerrilleros de Ucrania y los jóvenes comunistas de
Francia;
con la serena sencillez del soldado chino y la muerte de los
mexicanos en Filipinas;
con el comando inglés y el muchacho norteamericano;
con nosotros, aquí, en este aire,
en esta casa y en aquel jardín.
A donde los ojos miren,
un soldado soviético está montando guardia;
a donde la mirada se vuelva,
nuestro Stalin de oro vigilará el paisaje.
Pues más dulce que la terrible sangre derramada
es el rostro perfecto del futuro del mundo.
¡Salud, por los soviéticos y su gran jefe Stalin!
28 de octubre de 1942
EFRAÍN HUERTA fue un destacado poeta mexicano del siglo veinte, y un comunista de toda la vida.